jueves, 4 de diciembre de 2014

El Incorregible

Quizás, el mundo moderno en el cual vivimos, autoriza para que el ser humano llegue a los límites de la vida social, económica y natural. Las presiones por llegar a ser un individuo exitoso, pleno y ejemplar –todos estos atributos enmarcados en el modelo económico que nos rige- autoriza para que algunos individuos opten por ir en contra de toda esta institución humana y ataquen, con su persona, el modelo que gobierna a la mayoría.
No nos podemos abstraer ni tampoco desnaturalizar de quienes han optado por un camino divergente y, potencialmente, reaccionario para lo que la mayoría entiende como normal: Vestir a la moda, comer sano y mantener aspectos faciales generales (los hombres sin pintura y las mujeres maquilladas) al parecer, dictan el bienestar para la convivencia de las personas, tanto en sus relaciones íntimas personales, como sociales y comunitarias. Nos llegó el tiempo de aceptar a quienes no quieren seguir lo jurídico ni lo natural, pero de todas formas son seres humanos que conforma nuestra sensibilidad.
Hoy existen los que se tatúan, mutilan, transforman, mutan, corrigen y reemplazan partes de su cuerpo para indicar su no aceptación para con lo que se ha dictado como una normalidad. Tienen clara la visión de su persona y el entorno que los rodea; por ello aplican sendas correcciones a sus figuras (en muchos casos, totalmente permanentes) para comenzar con una nueva idea de la existencia y la convivencia. No obstante, tenemos casos de extrema acción que llegan a sobrepasar toda imposición de tolerancia y deliberación.
Acá es donde parece un ser, el cual Michael Foucault denomina el monstruo. Un tipo –hombre o mujer- que ya no está en el rango del aguante y la resistencia social, dada sus ilimitadas acciones para ir en contra de un modelo en el cual nos encajamos, la gran mayoría, para tolerarnos. El monstruo humano, incorregible y masturbador ha lanzado por la borda todos los elementos con los cuales el dogma nos contenía, haciendo entrar en el juego las nuevas ciencias para ir en auxilio de lo nuevo que se está configurando entre las personas.
Histeria, psicosis, esquizofrenia y demencia salen a la luz representándose, ahora, en los cuerpos de las personas. Dibujos, orificios, aplicaciones y la total transformación de los cuerpos y rostros vienen a constatar que la locura llegó al cenit de nuestra convivencia, pero… ¿Son estas esta manifestaciones el indicador del desborde  o señalan cuan desbordados ya estábamos?
¿La anormalidad se manifiesta cuando todos se niegan a sí mismos y son parte de un conjunto o  cuando tienen una manifestación única, inequívoca y extrema para representar una discrepancia y/o rebeldía de sí mismos y sus creencias?
En un canal de televisión por cable (History Channel) se presenta el programa TABÚ. En ese programa podemos encontrar las extremidades de la sociedad y como se ha llegado a observar el surgimiento del individuo señalado por Foucault. En el programa se muestran distintos casos, entre ellos el de el hombre que quiere ser igual al diablo (imagen nefaria del anticristo), mutilándose y deformándose su cuerpo para obtener el parentesco.
Casos así se salen de lo cotidiano y de lo que nuestra sociedad considera normal, pero nos demuestra que sí hay personas dispuestas a romper con los límites impuestos, diferenciándose del resto y manifestando la contradicción, de entre lo común, normal y legal. "La noción de monstruo es así –en principio– esencialmente una noción jurídica; jurídica en el sentido amplio del término, claro está, porque lo que define al “raro” es el hecho de que, en su existencia y su forma, no sólo viola el pacto cívico, sino también las leyes de la naturaleza"  
Actualmente estamos sumergidos en nuestra propia locura de la rutina, pagar cuentas, el trabajo, etc. La tradición nos enfermo, pero todo esto es visto como algo normal ya que nos adecuamos, somos partes de ella y, por lo tanto, el anormal es la persona que no quiere someterse a esto; la que no sigue al sistema y sobrepasa los límites. Personas que no quieren trabajar o estudiar, que no quieren pagar cuentas, que no quiere ser esclavo del sistema y quieren ver las cosas de diferente forma. Llegando al extremo de personificar esa diferencia y personalizando la tenaz disconformidad con la coexistencia.
Cabe señalar acá que: estamos tan mecanizados que terminaremos destruyéndonos, por uno u otra vía. No es el hombre o la mujer, sino el mundo el que se ha vuelto anormal (crecimiento, desarrollo, grandeza, éxitos, logros, metas, triunfos, etc.) somos esclavos de nuestra propia locura. Y ella es la que ha creado a este “monstruo humano -el incorregible- masturbador”. Ese que raya en la locura por no ajustarse al modelo y advertir la demencia del resto por seguir parámetros que destruyen la comunidad, privilegiando los núcleos familiares y dejando que la singularidad se pierda por no estar ajustada al modelo de convivencia productivo, de consumo y gasto.
¿Quiénes somos en realidad? No somos nuestra estatura ni nuestro peso; no somos nuestra edad y mucho menos somos nuestro género. Somos mucho más que eso, pero nos limitamos a ver hasta ahí no más, nos olvidamos que no somos de dónde venimos, somos adónde vamos. Por ello la gran mayoría se amalgama y unos cuantos mutan, y pueden ser catalogados como aquel que se ha transformado por entero para advertir y acometer en contra del modelo.
¿Porque titubeamos en cambiar? ¿Qué estamos esperando realmente para generar un cambio?
Aceptamos la confusión, la incertidumbre, el miedo y todos los altibajos emocionales porque ése es el precio que estamos dispuestos a pagar por una vida escurridiza e intrigante. Seguimos los estereotipos generalizados acerca de la masculinidad y la feminidad que definen la forma en que se supone que todos debemos actuar, vestir y hablar. Estos no le sirven a nadie. Cualquier persona que desafía estas supuestas “normas” se convierte en digno de comentario y escrutinio.
Todo esto es el caldo de cultivo para que surja el incorregible. Ese individuo que llega, en algunos casos, a mutar físicamente para tener algo que decir en contra de la condición de distorsión, o pena de ser culpado con el máximo galardón de una sociedad ajustada a parámetros de coexistencia, en donde la antítesis, demencia y terquedad pueden ser consideradas como el protervo ( inmoral, deshonestos, retorcido, inicuo) hecho realidad.

Isadora Francisca Tolosa Quijada.

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